lunes, 23 de abril de 2007

CRÓNICAS DE LA CIUDAD








FULANO Y LA ROSA



Fulano sostenía una rosa en la mano derecha y, en la otra mano, cargaba un bolsón tipo mochila, una mochila negra y envejecida. Tenía la cabellera lacia, desordenada y algo sucia; una barba de náufrago; una mirada de huérfano que lastimaba. Pude verlo bien porque estaba muy cerca de mí y yo estaba cerca de la esquina de Arequipa con Canevaro esperando que pasara la “combi” que me llevara a casa, por fin, después de tantas horas de oficina y complicaciones de cada día.

Fulano no parecía estar demente, aunque sus ojos lucían algo extraviados; pero la rosa, una sola, envuelta en papel celofán, casi minúscula y fuera de lugar entre el gentío gris de esa hora, por lo menos, lo dejaba como un extravagante o como un tonto de primera clase, de esos que aún escuchan baladas del recuerdo.
No lo digo solo por mí que, en verdad, sentí vergüenza ajena y opté por separarme unos pasos, sino por cada uno de los que se tropezaban con él y que descubrían la rosa entre sus manos. Inmediatamente mostraban una sonrisa socarrona y poco disimulada, luego algunos gestos burlones y algunos hasta buscaban la mirada cómplice con algún otro caminante para confirmar la estupidez de aquel Fulano de piel cetrina, casaca azul y con una rosa intensamente roja entre sus dedos oscuros.
Ya era la hora punta y el cruce de Canevaro con Arequipa se desbordaba. Una pequeña línea rojiza de la tarde aún se mantenía por encima de los empolvados edificios de Lince; pero la presencia de la noche ya era definitiva porque las luces de los faroles ya se habían encendido y los anuncios de neón ya borboritaban en las fachadas de los comercios.
De pronto, de uno de los ómnibus que reiniciaban la marcha con el cambio de luces salió una voz furtiva que gritó en el momento justo: ¡Cojudo!
Fulano parecía no haberse inmutado, pero tenía que haberlo escuchado porque el insulto se oyó en el mínimo espacio de silencio que puede haber entre los bocinazos, los silbatos y los gritos de los cobradores que vociferaban nombres de calles y distritos. Yo lo miraba a ratos, pero sin descuidar la visión de la avenida por donde tendría que llegar mi transporte. Alzó un poco más la rosa que ahora parecía más erguida, más roja, más intensa.
Cuando llegó por fin la línea que me llevaría a casa, y lo abordé entre empujones, pude ver que Fulano aun permanecía en su lugar con toda la facha de un hombre plantado; pero todavía sosteniendo la flor en su celofán. Recordé que mañana tenía una reunión de trabajo, que las ventas habían bajado, que tenía que mejorar mi récord si quería subir en la empresa, que había que trabajar más, que la vida era corta, que el fin de semana íbamos a tener una borrachera con los amigos de la empresa, que tal vez nos íbamos a divertir con alguna de la oficina, que a lo mejor nos ligaba algo, pero sin mayor compromiso, eso sí, porque la meta era otra, avanzar a toda máquina.
Cuando el ómnibus dio la vuelta por la avenida Arequipa, todavía pude ver un poco de Fulano y algunas de las miraditas burlonas de los transeúntes de esa hora.

lunes, 16 de abril de 2007

CRÓNICAS DE LA CIUDAD






LA VENGANZA PÍRRICA DE FULANO


La mujer había terminado de subir a la camioneta todo terreno, al parecer con una sonrisa de niña que ya no era buena, mientras el gerente esbozaba una sonrisa de hombre ganador cuando encendía el motor.




Fulano parecía haber recibido el impacto de un mueble que le había caído desde el tercer piso. Exactamente desde el edificio de la cuadra cinco de Angamos. Su rostro desencajado y sus ojos locos delataban su colapso emocional. La mujer había terminado de subir a la camioneta todo terreno, al parecer con una sonrisa de niña que ya no era buena, mientras el gerente esbozaba una sonrisa de hombre ganador cuando encendía el motor.
Fulano tuvo el tino de quedarse parapetado detrás del gran ciprés que se erguía a mitad de cuadra. Era definitivo, Fulano era ahora el actor de una vieja película en donde el personaje descubre que su mujer está saliendo con su jefe y entonces la vida se le congela sin fondo musical ni nada por el estilo.
El cielo era la misma pincelada gris de todos los días, aunque ahora las nubes negras le parecieron lo suficientemente cerca como para tocarlas. Se sentó en la banqueta, muy cerca de la calzada y, por sus manos abrazando sus rodillas, parecería que estaba buscando poner orden en sus pensamientos. Inevitablemente un par de lágrimas, sin mayor gesto, resbalaron por sus mejillas. Detrás de él, como un marco de película melodramática, el Café 4d dejaba ver las líneas verdes y blancas de su entrada y, más cerca, el conjunto de sus mesas llenas de jovencitos recibiendo la hora nona del verano.
De pronto, Fulano sintió que una mano tocó su hombro y cuando levantó la mirada encontró el rostro cetrino del hombre a quien siempre había visto vigilar la puerta del edificio de su desgracia. Lo siento, dijo el vigilante mientras se acuclillaba cerca de Fulano, esas cosas pasan. Fulano miró la calle por donde se había perdido la camioneta: negra, moderna, poderosa, conquistadora de secretarias sencillas. Usted lo sabía, le ha dicho Fulano, sin hacer mayor expresión en el rostro. Y el vigilante, yo sé muchas cosas, suspira, se molesta; pero me pagan por vigilar y por no meterme en lo que no me importa. ¿Qué hacer? ¿Cómo empezar a terminar? No lo sé, dice el vigilante y luego saca dos cigarrillos, Fulano acepta. Al rato están fumando. La avenida Angamos está fulgurante ahora. Las luces de los faroles están encendidas y el edificio donde funciona un casino deja una explosión de luces multicolores que iluminan la noche. Sabe, dijo el vigilante, yo no soy nadie para meterme en su pena. La vida es así, algunas mujeres son así, algunos hombres somos así. Así son las cosas. Yo no soy nadie para juzgar. Le recomiendo que se vaya, que se calme, que se olvide de lo que no vale, cuando alguien se quiere ir se va; pero sabe qué... Fulano giró el rostro hacia el vigilante y se encontró con un hombre que miraba el poder desde el otro lado, como él. Luego vio los ojos de un amigo, quizás luego vio los ojos de un compañero como cuando aun estaba en el colegio. Tuvo que haber visto algo que lo hizo sonreír.
- Sabe qué, hay que cosas que ya no se arreglan, pero le cuento que esos vidrios de la ventanas de la oficina son tan, pero tan caros, que ni se imagina.
Minutos después, las luces intermitentes de una patrulla y de una camioneta de serenazgo iluminaban la cuadra cinco de la avenida Angamos. Un vigilante del edificio declaraba para la policía que un loco se había aparecido de la nada y había lanzado pedradas hasta hacer añicos todos los vidrios del edificio. La verdad es que no podía precisar cómo era ese loco de mierda, pero que nunca lo había visto, era cierto. Finalmente exclamó, como para que quede muy claro, que él trató de alcanzarlo porque no era justo que le hicieran eso al dueño de la empresa, que era tan buena gente.

lunes, 2 de abril de 2007

CARTA ACLARATORIA DE ALONSO CUETO



En vista de la insinuación de que haya también plagiado

ESCRITOR ALONSO CUETO ACLARA

al diario Correo

¡Qué se puede hacer! Cuando alguien de la connotación de Alfredo Bryce Echenique se ve implicado en una situación tan delicada, el chapuzón salpica muy lejos y en los lugares más disímiles. Hace unos día el diario Correo insinuó haber encontrado párrafos copiados de otro autor en un artículo del escritor Alonso Cueto. He aquí la carta aclartoria.

Señor Manuel Erausquin:
Editor Cultural de Correo
Solo a mi regreso de Cartagena y, estando en Lima por unas horas antes de partir otra vez de viaje, he podido ver la página que publicó el jueves 29 de marzo, con el título “¿Plagio o desliz?”. Con respecto a ello quisiera aclarar lo siguiente:
1. Al buscar en mis archivos he encontrado que efectivamente escribí ese artículo, que fue el último que publiqué en “Expreso”. Tengo el original en mis manos.


2. En el artículo original, hay una explícita referencia en el final de la primera columna. Allí menciono que la prensa argentina ha destacado algunas de las historias de la relación entre Borges y Kodama. Esta sección de mi artículo aparece sin embargo parcialmente mutilada, probablemente sin mala intención, en el facsímil que reproduce “Correo”.


3. Esta clara y explícita referencia a la fuente de la que obtengo el material muestra, a cualquier lector bien intencionado, que no hay ningún plagio ni intención del mismo en el texto.


4. Viéndolo en perspectiva estoy de acuerdo en que hubiera sido mejor entrecomillar algunas frases. Sin embargo, creo que todas aparecen después de la mención a la fuente anteriormente señalada, lo que exime el texto de una acusación de plagio.
En “salud del periodismo cultural” a la que usted se refiere al final del texto, espero que esta carta se publique en la misma sección en la que apareció el artículo aludido.


Atentamente,
Alonso Cueto